miércoles, julio 01, 2020

Hong Kong, nostra culpa, nostra pessima culpa



Cuando alguien ve una película de nazis, uno siempre se imagina que, de haber estado allí, uno hubiera sido un héroe ayudando a la resistencia. Pero la película que se está produciendo ahora está siendo emitida en directo para toda la humanidad.

Es una historia que trata de una dictadura completamente consolidada en un macroestado futurista. Una dictadura con planes de dominación económica mundial que cuenta con la mejor tecnología y quizá con el mejor servicio de inteligencia del planeta. Un país que tiene encarcelados en campos de reeducación a vastas cantidades de sus propios ciudadanos: el número varía entre tres millones y cientos de miles de personas. Un régimen orwelliano que califica según una escala a sus propios ciudadanos, premiándolos o castigándolos hasta en los más pequeños detalles.

En un momento dado de la película de ficción, el supervillano que domina este Leviatán somete a su dictadura a siete millones y medio de ciudadanos completamente libres, incumpliendo sus propios compromisos internacionales: la comunidad internacional no hace nada, no mueve un dedo. Pero todo es una ficción.

Sin que este guion cinematográfico tenga nada que ver con la realidad, me acostaré esta noche muy tranquilo.

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Cambiando completamente de tema. Debería habérsele dejado claro a cierto país asiático que, los pactos internacionales hay que cumplirlos: Hong Kong tendría que haber sido esa línea.
Haber fracasado moralmente en una línea tan clara, tan precisa, nos lleva a estar seguros de que, dentro de diez años, esas líneas estarán en nuestro propio país.

Hemos cedido en el campo de lo moral y eso tendrá consecuencias. Mañana cederemos en nuestro propio país, persiguiendo a los críticos contra ese IV Reich. Y lo haremos porque ya no tendremos otra posibilidad.

Hoy hemos entregado a siete millones. Mañana entregaremos a la justicia del Gran Cocodrilo a los españoles que ellos nos exijan. Será una época en la que la censura respecto a Gran Dragón ya se habrá establecido en nuestro propio país. Ya ahora muchos poderosos se autocensuran en Occidente respecto a ese País de las Maravillas. Los peones pueden decir lo que quieran. Pero las fichas grandes del tablero hace ya algún tiempo que saben que el Partido castiga dentro y fuera de sus fronteras.

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Ayer vi un detalladísimo vídeo acerca de cómo la vida en China ha cambiado en los últimos siete años. La gente aquí no lo sabe, pero la vida en esa nación ha cambiado radicalmente. Antes de Xi Jinping, China evolucionaba a mejor, año tras año. Desde hace siete años, la dictadura se va volviendo más y más férrea, e inculcando (de forma nada sutil) el odio al extranjero occidental.

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Por favor, de ningún modo, estoy abogando ni por el odio ni por la guerra. Pero si los jefes de Estado fueran hombres con moralidad, hace mucho que habrían tomado una serie de medidas evidentes. Pero, al final, será lo que tiene que ser. China será el martillo, la hoz, el flagelo. Un diluvio de sangre y fuego a la medida de la Babel actual. Un castigo a la medida de nuestro pecado. Y como en la película Pactar con el Diablo (Devil´s Advocate), Al Pacino (Milton) nos dirá histriónicamente: “¡Pero si te lo advertí mil veces!”.
         --Es tu mujer. Está enferma. Todo el mundo lo entenderá.
         Y el otro insiste en que lo único que le dolerá es no perdonarse a sí mismo, etc., etc.
         Sí, lo mejor del agujero en el que nos estamos metiendo es que descendemos paso a paso con plena consciencia hasta el día en que nosotros mismos nos pongamos las cadenas y le entreguemos las llaves al torturador con la esperanza de que la buena conducta haga que nos trate un poco mejor.